martes, 22 de mayo de 2007

El aniversario



Hace tantos años, cuando éramos muy jóvenes, creíamos tantas cosas, confiábamos en la gente, teníamos tantos sueños, teníamos tanto amor, los ojos llenos de ternura, las manos llenas de caricias, la voz plena de dulzura y tantas ganas de luchar...
Mirábamos adelante con confianza y ni siquiera notábamos nuestra pobreza, los zapatos gastados, la ropa descolorida, que ya se iba haciendo pasada de moda.
Y ahora no sé... Ahora ya ni siquiera importa cuándo fue, no importa la fecha que nos casamos, preferimos olvidarlo, pasarlo por alto, hacer de cuenta que no existe. ¿Qué vamos a festejar?
¿Con qué risas reiremos, de qué reiremos, si no hay amor, ni pasión, ni ternura, ni cariño, ni siquiera amistad, ni comprensión, ni nada?
Pero teníamos tantas cosas entonces, cuando no teníamos nada...
Cuando yo no me maquillaba, ni tenía noción de cuál era la ropa de moda, ni de qué canción era la más escuchada, porque no había radio ni televisión ni discos ni nada que nos importara más que aquel amor y nuestros sueños.
Pero un día algo se quebró. ¿Cuándo?
Quizás fue cuando no me abrazaste al saber que tendríamos un hijo, cuando no me sonreíste y te quedaste mirándome con rabia, con enojo, y luego con pena, cada vez con más y más pena, y me diste tanto silencio. Días y días de silencio.
Y nuestra hija nación sin que la amaras, sin que la desearas, sin que te alegraras de su llegada a este mundo. Y se murió. Sí, ya sé que no fuiste quién la mató. Tal vez, hasta fue mejor así, mejor que ella no conociera este mundo de mentiras, de promesas que jamás se cumplirán, de sueños que sólo son engaños de nuestra fantasía.
Pero desde entonces, algo entre nosotros no volvió a funcionar.
La luz, nuestra luz, quedó ensombrecida.
Y tuvimos tiempo para pensar, para cambiar, para crecer y para recapacitar y descubrir el valor real del dinero y aprender que la gente miente, y que los amigos pueden ser falsos y los ideales equivocados. Y algo se perdió con nuestra ingenuidad, algo se murió con nuestra inocencia, algo hermoso, dulce, irrecuperable: el amor.
Estamos juntos un año más, pero ¿de qué sirve?
Somos dos extraños que yacen juntos en la misma cama, que permanecen quietos en la oscuridad, con la vista fija en el cielorraso, recordando el tiempo en que el roce de nuestras manos era una caricia, cuando un beso era un gesto de amor y teníamos tantas palabras para comunicarnos tantas cosas.
Ya no nos queda ni un poco de deseo, ya no tenemos ganas de contarnos nuestras penas, nuestros cansancios, nuestros anhelos. No hay nada en común, salvo recuerdos, recuerdos que tendríamos que salvar, que rescatar del dolor del menosprecio, de los días de en que la indiferencia se convierta en odio y la amargura de tener que estar juntos nos haga enemigos.
Alguien levantará una copa para brindar por aquel día, hace tantos años. Reirán y dirán: “¡Qué lindo!” Pero ellos nos saben que hace mucho tiempo que dejamos de estar juntos, que cada uno tiene su propio camino, aunque no nos atrevemos a decirlo en voz alta.
Me darás un regalo y para mí será una burla, casi una ofensa. ¿Qué sentido tiene, de qué sirve?
No sé para qué encender las luces y reunir a la familia, por qué oír chistes, risas, y ver caras contentas que no entienden lo que nos pasa. Estamos tristes, estamos de duelo, estamos llenos de dolor, estamos vestidos de silencio. Tenemos un muerto allí, en las sombras, quieto y frío: es nuestro amor.
Luján, 1980

No hay comentarios: