viernes, 31 de agosto de 2007

Viene de novia


Viene de novia y él la ve llegar erguida, caminando con pasos largos y decididos, la cabeza en alto, como desafiando la vida.

El orgullo es una bandera flameando en torno a su rostro. Pero no es el orgullo de la vanidad y la altanería: es el orgullo vital, sano, ingenuo y transparente.
Es el orgullo de atreverse a luchar a la edad en que otras aceptan la derrota.
De llenarse de sueños mientras otras se refugian en la resignación y la amargura.
Orgullo de haber hallado fuerzas para iniciar un nuevo camino cuando la mayoría se queda ovillando recuerdos.
Y orgullo por dejar que el amor le entibie el alma, a la edad en que otras se encierran en un universo de nostalgias.

Es el orgullo del valor, de la fuerza, de la tenacidad para superar miedos y prejuicios. Orgullo de estar viva.

Viene de novia, con el rostro radiante, y en los ojos, una mirada luminosa. Una sonrisa nace en los labios y se extiende en cada uno de sus músculos faciales, se convierte en un halo de diáfana y conmovedora belleza.

Viene de novia, y se le nota por la cuidada combinación de colores que ha puesto en su ropa, pensada para agradar al hombre, para encantar al amor y atraparlo en un lazo de seducción ingenua y tierna.

Viene de novia, radiante. Todo en ella habla de ternura, de pasión, de un deseo que atesora, oculto y protegido, en su alma de mujer madura que la magia del amor ha transformado, otra vez, en una adolescente.

Viene de novia, al encuentro del hombre se siente amado y no se atreve a creerlo.
El hombre que piensa que es tarde, que es imposible, que es increíble, absurdo, insensato, ridículo. Pero la ve llegar y su corazón se estremece. Entonces, se coloca la máscara de la amistad, se parapeta detrás de las murallas de la cortesía y de la displicencia.

Ella no le cree. Lo mira de frente, le sostiene la mirada, le sonríe con los ojos, protegida por la soberbia convicción de que él, finalmente, aceptará su amor.
Segura de que, alguna vez, las barreras trabajosamente levantadas por el hombre, serán derrumbadas y él extenderá su mano para tomar las suyas y le dirá que la ama.***

jueves, 16 de agosto de 2007

Requiem para un sueño


Requiem para un sueño

Se está muriendo mi sueño. Se me muere de a poco, lenta, silenciosa, dolorosamente. Yo lo veo morir, y no puedo hacer nada.
Nació hace un año apenas, pequeño, frágil, vulnerable; pero yo lo amaba y con mi cuidado conseguí hacerlo fuerte y verlo crecer.
A los dos meses era como un bebé lleno de vida, alegre y vigoroso, que despertaba afecto a quien lo viera. Al poco tiempo, se fue convirtiendo en un niño bello, fuerte y vital, que saltaba para esquivar los charcos del camino y zigzaguaba entre dificultades y problemas, siempre con la sonrisa intacta y una alegría diáfana y contagiosa.
Después, se fue asentando, como un adulto que comienza a cobrar entendimiento de la vida. Se fue haciendo sereno, firme, luminoso; un sueño que a la vez era refugio de angustias y consuelo de penas escondidas, un sueño de palabras propias, de anhelos tangibles y reales, un sueño casi convertido en realidad.
Pero algo le ha pasado a mi sueño. Algo le ha ido quitando las fuerzas, cortándole las alas, apagando las luces que le permitían orientarse en su andar por el mundo.
Ahora, mi sueño se ha ido encogiendo, como un anciano que se aproxima a la hora de la muerte. Ya no se mueve. Apenas le quedan energías para seguir respirando. Está opaco, pálido, frío, desolado, quieto... agoniza mi sueño. De a poco, lenta, silenciosa, dolorasamente, se va muriendo.
Y yo me quedo aquí, mirándolo mientras se desvanece ante mis ojos. Y lo estoy despidiendo. Era mi sueño, y yo lo amaba.
Perdón, corrijo: aún lo amo. Por eso me quedo aquí, velando sus últimos instantes. Después, colocaré una flor en el espacio vacío que me deje, rezaré una oración de despedia, y me iré despacio en busca de algún sitio donde poder llorarlo.