lunes, 18 de agosto de 2008

LA VISITA DE MI ABUELA


Mi abuela vino a visitarme. Vino esta madrugada de lunes, en mis sueños.
Estaba joven, delgada, elegante, con su cabello negro azabache recogido a la usanza de la época. Tal como era cuando yo era chica, cuando ella me llevaba en brazos y me lucía orgullosamente, como un trofeo.
Era una reunión familiar, en la casa de mi madre,pero no la casa donde hoy vive mi madre sino una de las casas en las que vivió cuando yo aún era muy joven y ni siquiera me había casado por primera vez.
Mi madre también estaba joven. Y también mi hermana había vuelto el tiempo atrás y era casi adolescente, delgada y con esa bella sonrisa que luce en las fotos de aquel tiempo que tengo guardadas.
Todos los demás eran tal cual son ahora: mis hijos, adultos. Mis nietas, niñitas y adolescentes. Una mezcla de tiempos que sólo en los sueños puede darse.
Mi abuela se apareció de repente, con un bolso de viaje y todos gritamos, sorprendidos: "¡Abuela Lali! ¡Viniste!"
Yo me arrojé sobre ella para abrazarla y ella me abrazó con la misma fuerza. Una y otra vez nos abrazamos, felices del reencuentro. Hablamos, pero cuando quise sacarme una foto con ella y mi madre, joven de nuevo, mi máquina fotográfica había desaparecido.
¿Habrá venido a anunciarme que va a venir a buscarme, mi abuela? Ella me dijo un día, que si había otra vida, ella vendría a avisarme. ¿Vendrá a buscarme, mi abuela?
Si mi abuela viene a buscarme, me iré contenta. Si mi abuela viene buscarme, ¿seré otra vez la niñita que caminaba de su mano hasta el parque Pereyra, para jugar en la hamaca?
¿Seré otra vez la niñita que daba vuelta tras vueltas en la calesita y siempre quería una vuelta más? Si mi abuela viene a buscarme, ¿seré de nuevo la nenita que dibujaba monigotes en las paredes del dormitorio, mientras ella y mi mamá dormían la siesta?
Si mi abuela me lleva con ella, ¿podré volver a pedirle que me cuente de su niñez en el campo, de sus once hermanos, de sus noches bailando valses con bellos pretendientes disputando su amor?
Si mi abuela viene a llevarme, no voy a resistirme. Tal vez, de su mano, vuelva a aprender el camino de los sueños que atesoran las infancias y me olvide de la nostalgia, del enojo, de la decepción y la desesperanza.
Desde esta noche, voy a esperar a mi abuela. Tal vez, ella de verdad vuelva a buscarme.

viernes, 8 de agosto de 2008

Perdida en el silencio


Estoy perdida. Perdida en el silencio, aunque a mi alrededor otros hablen, comenten, intercambien anécdotas en voz alta y susurren confidencias.
Estoy perdida en el silencio, en medio del tumulto, de la música, de las risas y los gritos de entusiasmo que de vez en cuando dejan escapar los adolescentes reunidos en la habitación del fondo, festejando un cumpleaños.
Estoy perdida en un silencio oscuro y doloroso. A pesar del ruido y de las luces, del murmullo irrenunciable de la vida joven que late sin descanso al alcance de mi vista y de mi oído.
Me siento perdida en ese silencio que deja la ausencia de tu voz. Días sin escucharte, aunque más no sea decir esas palabras formales que concretan la pregunta cómo estás.
Me asusta estar tan sola y tan perdida. Me asusta necesitarte de este modo, como al oxígeno, como a la luz del sol, como el agua fresca en una tarde de verano.
Me asusta esta dependencia irremediable en la que yo misma me he colocado, tal vez de manera inconsciente, pero también por mi propia voluntad.
Y mientras otros ríen, cantan y festejan, yo sólo puedo balbucear una oración silenciosa: “Por favor, háblame”.

Necesito que me rescates del silencio. Necesito que me salves de la soledad.

miércoles, 21 de mayo de 2008

La visita


Está sola. No sola de la soledad físca, de la ausencia de compañía, sino sola de afecto, de apoyo, de comprensión. Sola de acompañamiento espiritual.
Sola. Piensa en los problemas que la acosan: empleo inestable, poco dinero, cuentas a pagar, familiares con problemas de salud casi sin solución, un dolor corporal que la deja con una sensación de incapacidad para hacer lo que le gusta. Pasa las noches sin dormir, dandose vuelta en su cama, cambiando la almohada de lugar, mirando los números del reloj digital que marcan el paso inevitable de las horas.
A veces, piensa que la solución sería la muerte. Que simplemente dormir y no volver a despertarse, sin necesidad de dejar cartas de despedida, sin haber dado señales de advertencia, sería lo único que podría rescatarla de esta angustia.
Se siente perdida en el laberinto de la vida y no encuentra la salida. A veces llora, en otras calla y disimula, luego de haber confirmado que si intenta compartir con alguien el motivo de su tristeza los demás se apartan, asustados.
Nadie sabe cómo ayudarla, y ella no sabe cómo pedir auxilio.
De pronto, suena el timbre. Aparece el hombre, con una sonrisa tenue y afectuosa. Viene a traerle las fotografías para completar un trabajo de publicidad, explica. Ella le agradece. Mira las fotos, intercambian algunas opiniones técnicas.
Es casi mediodía, un mediodía soleado de otoño, y una ráfaga de viento le revuelve los cabellos blancos, dándole un aire juvenil que la sorprende. Sus miradas se encuentran y ella comprueba que tiene los ojos color de miel y están llenos de ternura. Se sonríen.
Antes de marcharse, él le extiende la mano para saludarla, con un apretón firme y prolongado. De repente, acerca su rostro al de ella y le da un beso en la mejilla. Ella le responde de la misma manera y se siente conmovida.
Mientras lo ve alejarse para subir a su automóvil, siente que una emoción que creía olvidada la domina. La esperanza retorna a su vida. Y decide dejar de lado la alternativa de la muerte.
Tal vez la vida le entregue una nueva ilusión.

domingo, 7 de octubre de 2007

Regalos de amor


Una vez la mujer tuvo un amor que le obsequiaba bellísimos ramos de flores, fragantes y coloridas. Invariablemente, ella las recibía en sus manos, las miraba con placer, aspiraba su fragancia y las sostenía largo rato contra su pecho, sintiendo que de alguna manera las flores le transmitían la calidez de una amor que, si bien no compartía de la misma manera, le conmovía por su sinceridad inocultable. Luego, colocaba el ramo en un jarrón de cristal tallado, que ubicaba en un lugar visible de la casa, donde todo el que llegara pudiera admirarlas.
Con el tiempo, la relación fue marchitándose, de la misma manera que las flores con el correr de los días. A veces, ella tomaba alguna de las aquellas flores y las guardaba prensadas entre las páginas de un pesado libro, donde habrían de conservar, al menos, parte de su belleza original.
Una vez, la mujer tuvo un amor que la agasajaba regalándole cajas de bombones, envueltas en vistoso papel de colores. Ella las recibía con un brillo entusiasta en los ojos, la sostenía entre sus manos con aprecio, y finalmente, las abría con premeditada lentitud, hasta llegar al dulce contenido. Entonces, escogía uno de ellos, lo desenvolvía despaciosamente, y se lo llevaba a la boca, ante la mirada arrobada del aspirante a novio.
Con el paso de las semanas, aquella relación se fue disolviendo, como un trozo de chocolate en una boca ansiosa. Ella conservó las primorosas cajas, que utilizó para guardar las esquelas con palabras amorosas que habían acompañado cada obsequio.
Una vez, la mujer tuvo un enamorado que le expresaba su amor con costosas alhajas, alojadas en discretos estuches. Ella los recibía con un estremecimiento, imaginando el valor material de aquel obsequio, y cada vez que levantaba la tapa del estuche, sus ojos se extasiaban en el brillo dorado de su precioso contenido.
Al cabo de unos meses, el hombre perdió el entusiasmo por la relación y ella aceptó el alejamiento sin demasiada tristeza. En realidad, su presunto amor no había sido otra cosa que deslumbramiento. Devolvió la mayoría de las alhajas, aunque conservó el primer anillo y un par de aretes que le habían fascinado y lucía de tanto en tanto, en alguna ocasión especial.
Una vez, la mujer tuvo un amor maduro, sereno y gratificante, que le dio nueva belleza a su vida. El hombre nunca le obsequió flores, ni bombones, ni joyas; en cambio, le entregaba el regalo de su tiempo, su comprensión, su paciencia y el afecto silencioso de su mirada amable. El la escuchaba con atención cuando ella hablaba, respondía a sus preguntas y reía alegremente festejando sus bromas; la hacía sentir importante, valiosa, útil y necesaria. Con el paso de los días, la mujer fue recuperando su entusiasmo por la vida, su interés por sentirse bella, su deseo de hacer realidad nuevos proyectos e iniciar caminos hacia la esperanza. Recobró la sonrisa, la capacidad para la fantasía, la energía para la lucha y supo que podía amar aún sin esperanzas de ser amada de la misma manera.
Un día, la vida puso fin a aquel encuentro, porque el hombre tuvo que seguir su camino y ella continuó su rumbo. Entonces, agobiada por la soledad y la nostalgia, la mujer abrió el viejo arcón de los recuerdos y encontró el libro con las flores marchitas, aplastadas entre sus páginas. Las cajas con esquelas amarillentas con frases de amor joven. Los estuches revestidos de terciopelo, donde guardaba las apreciadas joyas. Pero no sintió nada especial al contemplarlos.
En cambio, los recuerdos que aquel hombre le había dejado estaban allí, guardados en su interior como tesoros invalorables, intensos, generosos y cálidos, entibiando su alma. Sin necesidad de palabras, supo que el mejor regalo recibido en toda su vida era el tiempo que “él” le había dado, compartiendo sus alegrías, sus dudas y sus tristezas. Y que, tal vez sin saberlo, los dos habían estado construyendo recuerdos que habrían de acompañarlos durante toda su vida.***

Insomnio


Caigo en mi lecho, rendida por un abrumador cansancio.
Las sombras me rodean, se acomodan, se quedan observándome como si mis preparativos para dormir fueran una interesante puesta en escena.
Hay un silencio cálido, cordial, que se va extendiendo sobre mi cuerpo como una caricia.
Comienzo a adormecerme, invadida por una placidez que hace tiempo no sentía, y de repente, el resplandor de un relámpago irrumpe a través de mi ventana. Detrás llega el retumbar del trueno, intenso, vibrante, sostenido. Y casi simultáneamente, comienza a caer la lluvia. El sonido constante y parejo me arrebata los últimos vestigios de sueño, me inquieta como una amenaza de peligro.
Ya no podré dormir. Con el desvelo llega la necesidad del pensamiento, y con él, una furiosa mezcla de recuerdos, nostalgia, decepciones, fantasías, sueños y deseos irrealizables.
Veo las sombras danzando inquietas, agitadas por el resplandor de los relámpagos. Se elevan, se esconden, se retuercen, se agigantan, pero se obstinan en seguir mirándome, interesadas, curiosas, alertas a todas mis reacciones.
Me estiro. Cruzo mis manos sobre el pecho y trato de relajarme. Giro hacia la izquierda, luego a la derecha. Suspiro. Un minuto después me agito, me estremezco, vuelvo a tenderme boca arriba. Son sólo tretas para no entregarme al pensamiento, para no dejarme invadir por las preguntas, la angustia de las dudas, y los miedos.
De tanto en tanto, miro los números luminosos del reloj digital que va marcando el paso del tiempo. Son las 2. Las 3. 3.45. Las 4....
El sonido de la lluvia se va haciendo más tenue. Los truenos son más breves, pero igual de fuertes y estremecedores.
Empiezo a sentir frío. Me cubro con el acolchado y por un minuto, me siento protegida.
El reloj da las 6. Pronto la primera claridad del día se mezclará con la torturante luz de los relámpagos que agitan las sombras. Entonces, tal vez, me podré dormir.

viernes, 31 de agosto de 2007

Viene de novia


Viene de novia y él la ve llegar erguida, caminando con pasos largos y decididos, la cabeza en alto, como desafiando la vida.

El orgullo es una bandera flameando en torno a su rostro. Pero no es el orgullo de la vanidad y la altanería: es el orgullo vital, sano, ingenuo y transparente.
Es el orgullo de atreverse a luchar a la edad en que otras aceptan la derrota.
De llenarse de sueños mientras otras se refugian en la resignación y la amargura.
Orgullo de haber hallado fuerzas para iniciar un nuevo camino cuando la mayoría se queda ovillando recuerdos.
Y orgullo por dejar que el amor le entibie el alma, a la edad en que otras se encierran en un universo de nostalgias.

Es el orgullo del valor, de la fuerza, de la tenacidad para superar miedos y prejuicios. Orgullo de estar viva.

Viene de novia, con el rostro radiante, y en los ojos, una mirada luminosa. Una sonrisa nace en los labios y se extiende en cada uno de sus músculos faciales, se convierte en un halo de diáfana y conmovedora belleza.

Viene de novia, y se le nota por la cuidada combinación de colores que ha puesto en su ropa, pensada para agradar al hombre, para encantar al amor y atraparlo en un lazo de seducción ingenua y tierna.

Viene de novia, radiante. Todo en ella habla de ternura, de pasión, de un deseo que atesora, oculto y protegido, en su alma de mujer madura que la magia del amor ha transformado, otra vez, en una adolescente.

Viene de novia, al encuentro del hombre se siente amado y no se atreve a creerlo.
El hombre que piensa que es tarde, que es imposible, que es increíble, absurdo, insensato, ridículo. Pero la ve llegar y su corazón se estremece. Entonces, se coloca la máscara de la amistad, se parapeta detrás de las murallas de la cortesía y de la displicencia.

Ella no le cree. Lo mira de frente, le sostiene la mirada, le sonríe con los ojos, protegida por la soberbia convicción de que él, finalmente, aceptará su amor.
Segura de que, alguna vez, las barreras trabajosamente levantadas por el hombre, serán derrumbadas y él extenderá su mano para tomar las suyas y le dirá que la ama.***

jueves, 16 de agosto de 2007

Requiem para un sueño


Requiem para un sueño

Se está muriendo mi sueño. Se me muere de a poco, lenta, silenciosa, dolorosamente. Yo lo veo morir, y no puedo hacer nada.
Nació hace un año apenas, pequeño, frágil, vulnerable; pero yo lo amaba y con mi cuidado conseguí hacerlo fuerte y verlo crecer.
A los dos meses era como un bebé lleno de vida, alegre y vigoroso, que despertaba afecto a quien lo viera. Al poco tiempo, se fue convirtiendo en un niño bello, fuerte y vital, que saltaba para esquivar los charcos del camino y zigzaguaba entre dificultades y problemas, siempre con la sonrisa intacta y una alegría diáfana y contagiosa.
Después, se fue asentando, como un adulto que comienza a cobrar entendimiento de la vida. Se fue haciendo sereno, firme, luminoso; un sueño que a la vez era refugio de angustias y consuelo de penas escondidas, un sueño de palabras propias, de anhelos tangibles y reales, un sueño casi convertido en realidad.
Pero algo le ha pasado a mi sueño. Algo le ha ido quitando las fuerzas, cortándole las alas, apagando las luces que le permitían orientarse en su andar por el mundo.
Ahora, mi sueño se ha ido encogiendo, como un anciano que se aproxima a la hora de la muerte. Ya no se mueve. Apenas le quedan energías para seguir respirando. Está opaco, pálido, frío, desolado, quieto... agoniza mi sueño. De a poco, lenta, silenciosa, dolorasamente, se va muriendo.
Y yo me quedo aquí, mirándolo mientras se desvanece ante mis ojos. Y lo estoy despidiendo. Era mi sueño, y yo lo amaba.
Perdón, corrijo: aún lo amo. Por eso me quedo aquí, velando sus últimos instantes. Después, colocaré una flor en el espacio vacío que me deje, rezaré una oración de despedia, y me iré despacio en busca de algún sitio donde poder llorarlo.