martes, 5 de junio de 2007

Encuentros en el laberinto


¿Cuántas veces nos hemos cruzado en este intrincado laberinto que es la vida?
Van surgiendo pedacitos de recuerdos y los voy ensamblando como las piezas de un rompecabezas, pero cada vez que va cobrando forma, aparece uno nuevo y debo recomenzar.
Pero recuerdo:
A veces, nos enfrentamos de repente, coincidiendo al doblar en alguno de esos senderos que se entrecruzan y cortan caprichosamente. Nuestras miradas se encontraba y siempre uno de los dos era el primero en desviarla, luego de saludarnos con un movimiento de cabeza.
Algunas veces, nos encontramos en un lugar circunstancialmente común. Entonces, hubo un brazo extendido y un fugaz apretón de manos, un "cómo-está", una sonrisa casi avergonzada y dos miradas eludiéndose para ocultar preguntas que ninguno se atrevía a formular. Después, cada cual retornaba a su mundo cotidiano.
Otras veces, nos vimos desde lejos, avanzando en dirección opuesta por un mismo sendero. Nos miramos tratando de fingir que no lo hacíamos, y cuando parecía que íbamos a rozarnos, te apartabas lo suficiente para eludir la posibilidad del contacto y continuabas con el mismo paso, luego de un saludo apenas musitado.
Algún día coincidimos en un espacio común y pareció normal que conversáramos, pero fueron palabras serias, formales, circunspectas, que no dejaban nada para ser evocado.
Otras, casi un milagro de audacia, nos detuvimos para intercambiar unas palabras amistosas, un comentario amable, un recuerdo que la vida se había empeñado en convertir en compartido. Pero siempre quedaron palabras escondidas en silencios, palabras asomadas en miradas elusivas, en sonrisas apenas esbozadas.
Entre cada encuentro el tiempo continuaba fluyendo, llevándose ilusiones y fantasías juveniles, y dejando las huellas que fueron modificando nuestro cuerpo, pero que no pudieron llegar a transformarnos. Por eso, a pesar del cambio gradual de nuestra imagen, seguimos reconociéndonos.
Eras vos, y era yo. O era "usted" y era "yo". Eramos.
Sentimos -yo sé que siempre lo has sentido- que había una fuerza irracional que nos atraía y que, obstinadamente, los dos nos esforzamos siempre en resistir. Supiste -estoy segura de que lo supiste- que te admiraba, que te sentía hermanado en algún sueño de esos que pocas veces te atreviste a mencionar, pero que yo fui descubriendo con un paciente trabajo de unir palabras y señales que habías ido dejando, queriendo y sin querer, a sabiendas o instintivamente, para que yo las encontrara.
Hubo momentos en que vi tus ojos iluminados por la luz de la revelación. Entonces, pensé que me estabas descubriendo. O redescubriendo. O reconociendo, después de haberme imaginado -porque yo sé que alguna vez me estuviste imaginando- y que ese reconocimiento te había deslumbrado.
Pero enseguida desviaste la mirada. Continuaste desviando la mirada, como siempre, como fue desde la primera vez que nos cruzamos en alguna parte del camino, hace ya tanto tiempo.
Me hablabas, me sonreías, me extendías la mano para un saludo que sólo una vez dejó de ser demasiado formal para tomar la temeraria forma de un beso en la mejilla, y siempre, inevitablemente, te empeñaste en establecer una distancia entre los dos. En esa distancia era como un vacío protector para alejarte del peligro de esa atracción que siempre percibimos cuando nos cruzamos, cuando nos encontramos, cuando te permitiste la licencia de escucharme y dejar que te insinuara alguna de las cosas que me estabas inspirando.
Siempre, en todos estos pedacitos de recuerdo que trato de unir para armar el rompecabezas de lo que podríamos haber convertido en un gran recuerdo, encuentro tu brazo extendido conservando la distancia. Y yo no me atrevo a hacer nada para sortearla.
Sin embargo, de vez en cuando, la vida todavía nos enfrenta.
Los dos sabemos que estamos cerca del sendero que nos conducirá al final del laberinto.

Es que la vida se nos va, irremediablemente, solapadamente, cautelosamente. Silenciosamente.
Y no podremos hacer nada para detenerla.
Antes de que eso ocurra, ¿alguna vez nos arriesgaremos a la sinceridad?
¿Alguna vez, te atreverás a sostenerme la mirada?
Alguna vez, ¿me atreveré a confiarte cuántas veces te estuve pensando?
Alguna vez, ¿dejaremos de eludirnos y podremos hablar como un hombre y una mujer que alguna vez pudieron haber soñado con amarse?

No hay comentarios: