jueves, 16 de agosto de 2007

Requiem para un sueño


Requiem para un sueño

Se está muriendo mi sueño. Se me muere de a poco, lenta, silenciosa, dolorosamente. Yo lo veo morir, y no puedo hacer nada.
Nació hace un año apenas, pequeño, frágil, vulnerable; pero yo lo amaba y con mi cuidado conseguí hacerlo fuerte y verlo crecer.
A los dos meses era como un bebé lleno de vida, alegre y vigoroso, que despertaba afecto a quien lo viera. Al poco tiempo, se fue convirtiendo en un niño bello, fuerte y vital, que saltaba para esquivar los charcos del camino y zigzaguaba entre dificultades y problemas, siempre con la sonrisa intacta y una alegría diáfana y contagiosa.
Después, se fue asentando, como un adulto que comienza a cobrar entendimiento de la vida. Se fue haciendo sereno, firme, luminoso; un sueño que a la vez era refugio de angustias y consuelo de penas escondidas, un sueño de palabras propias, de anhelos tangibles y reales, un sueño casi convertido en realidad.
Pero algo le ha pasado a mi sueño. Algo le ha ido quitando las fuerzas, cortándole las alas, apagando las luces que le permitían orientarse en su andar por el mundo.
Ahora, mi sueño se ha ido encogiendo, como un anciano que se aproxima a la hora de la muerte. Ya no se mueve. Apenas le quedan energías para seguir respirando. Está opaco, pálido, frío, desolado, quieto... agoniza mi sueño. De a poco, lenta, silenciosa, dolorasamente, se va muriendo.
Y yo me quedo aquí, mirándolo mientras se desvanece ante mis ojos. Y lo estoy despidiendo. Era mi sueño, y yo lo amaba.
Perdón, corrijo: aún lo amo. Por eso me quedo aquí, velando sus últimos instantes. Después, colocaré una flor en el espacio vacío que me deje, rezaré una oración de despedia, y me iré despacio en busca de algún sitio donde poder llorarlo.

No hay comentarios: