domingo, 7 de octubre de 2007

Insomnio


Caigo en mi lecho, rendida por un abrumador cansancio.
Las sombras me rodean, se acomodan, se quedan observándome como si mis preparativos para dormir fueran una interesante puesta en escena.
Hay un silencio cálido, cordial, que se va extendiendo sobre mi cuerpo como una caricia.
Comienzo a adormecerme, invadida por una placidez que hace tiempo no sentía, y de repente, el resplandor de un relámpago irrumpe a través de mi ventana. Detrás llega el retumbar del trueno, intenso, vibrante, sostenido. Y casi simultáneamente, comienza a caer la lluvia. El sonido constante y parejo me arrebata los últimos vestigios de sueño, me inquieta como una amenaza de peligro.
Ya no podré dormir. Con el desvelo llega la necesidad del pensamiento, y con él, una furiosa mezcla de recuerdos, nostalgia, decepciones, fantasías, sueños y deseos irrealizables.
Veo las sombras danzando inquietas, agitadas por el resplandor de los relámpagos. Se elevan, se esconden, se retuercen, se agigantan, pero se obstinan en seguir mirándome, interesadas, curiosas, alertas a todas mis reacciones.
Me estiro. Cruzo mis manos sobre el pecho y trato de relajarme. Giro hacia la izquierda, luego a la derecha. Suspiro. Un minuto después me agito, me estremezco, vuelvo a tenderme boca arriba. Son sólo tretas para no entregarme al pensamiento, para no dejarme invadir por las preguntas, la angustia de las dudas, y los miedos.
De tanto en tanto, miro los números luminosos del reloj digital que va marcando el paso del tiempo. Son las 2. Las 3. 3.45. Las 4....
El sonido de la lluvia se va haciendo más tenue. Los truenos son más breves, pero igual de fuertes y estremecedores.
Empiezo a sentir frío. Me cubro con el acolchado y por un minuto, me siento protegida.
El reloj da las 6. Pronto la primera claridad del día se mezclará con la torturante luz de los relámpagos que agitan las sombras. Entonces, tal vez, me podré dormir.

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